LA CACHIMBA DE MI ABUELO

"QUIEN TENGA INTENCIÓN DE LLENARME LA CACHIMBA, QUE PIENSE EN VIVIR MIL AÑOS....Y AÚN ASÍ, .......LO DUDO"

Por: Jesús Manuel Páez
Escrito en 1.992

Eran mis abuelos paternos Manuel e Inocencia eran una pareja muy peculiar, dentro de la ya de por si peculiar Graciosa de aquellos años. Mi abuelo Manuel Páez, tenía por nombrete "La Cochina", debido al parecer a su afición de joven, que entre otras, era la de criar cochinos para matanza, aunque yo más bien creo que tal mote le vino dado por su debilidad al tocino y los chicharrones, productos porcinos tales que formaban parte ineludible de su dieta, al igual que el gofio. En sus últimos años de vida, los jóvenes de la isla le rebautizaron el nombrete pasando a ser conocido en el argot interno del
pueblo como como Manuel "El Pala" en figurada alusión a las palas mecánicas. Todavía con más ochenta años largos, cruzaba a diario y a pié hasta el otro lado de la isla, y si trazamos su recorrido en mapa, entre ida y vuelta suponen unos doce kilómetros. Salía muy temprano y llegaba hasta su sementera, unas gavias y enarenados que tenia en la ladera Noroeste de la montaña de Las Agujas y allí escardillaba lo que había plantado; papas, millo, arbejas, etc. Proseguía entonces camino hasta la costa Norte para mariscar o coger almejas de oreja dependiendo del estado de la marea. Volteaba enormes piedras y lajones en busca de las almejas, cual pala mecánica y para sombro del resto de pescadores y mariscadoras que también frecuentaban la zona. De vuelta a casa, cargaba con el marisco, y aprovechaba también para cargar con uno o dos enormes sacos de hierba para dar de comer a sus cabras y el macho que criaba en un corral a las afueras del pueblo, por que él comió leche fresca de cabra hasta el fin de sus días.
Tenia un corazón inmenso, pero cuando algo le cabreaba, su expresión para desahogarse era -¡¡ y jóde carajo !!-. También y en honor a la verdad, hay que decir que mucho habían de hacerle para verle cabreado, tal es así que, ante los constantes refunfuñeos de mi abuela, él ni se inmutaba.
Mi abuela Inocencia Betancort también tenía un corazón muy grande, a pesar de su mal genio e irritabilidad, debido más que nada a que su visión de las cosas domésticas tenía que ser la de todos, aunque no lo fuera, y le gustaba el orden en todo. Todo ello no era condición para que ante cualquier contratiempo, por nimio que este fuera, se ponía a llorar a lágrima viva. Yo era su nieto mayor y a decir de la gente me tenía demasiado mimado y engolosinado, pues nunca olvidaré sus sabrosas jícaras de chocolate con que a diario me obsequiaba y que compraba expresamente para mi en la tienda de Pedro Morales. El chocolate lo guardaba en un caldero que tenía colgado junto a la campana de la cocina, siendo muchas las veces que yo entraba a escondidas para coger alguna jícara que ella nunca echó de menos, o tal vée se lo callaba. Para ilustrar un poco el carácter de mi abuela valga esta anécdota: En el transcurso de una de las misas del Domingo por la tarde, al cura para censurar la amplia gama de pecados que cometemos los mortales, no se le ocurrió otra cosa que decir lo siguiente; -...Y hasta mi han llegado noticias, que he recibido con gran pesar hermanos, de que los marineros cuando vuelven de la costa pasan por Arrecife, y entran en ese lugar de pecado, van a Las Rapaduras, y están con mujeres que no son las suyas, y eso no es de Cristianos..etc etc..."-. Enterada mi abuela de ello, pues se había producido en el pueblo una gran polémica soterrada con las palabras del cura, ni corta ni perezosa salió en busca del clérigo al cual encontró en la Sacristía, y sin ni siquiera saludarle le espetó; - ¿ Ah Don Enrique. Dicen que dijo usted ayer en la misa que los hombres van a casa de las niñas ?. ¡¡ Usted que los vio, será que ellos entrando y usted saliendo!!. Mire usted lo que le digo.- .



Otra anécdota ocurrida a mis ancianos y entrañables abuelos fue como sigue: Era el día dieciséis de Julio de 1.975, el día del Carmen, y a la ya tradicional misa principal de las doce, coincidía ese año la reinauguración de la ermita, después de las obras de ampliación y reformas que habían durado casi un año. Mi abuelo solo visitaba la iglesia en tan señalado día de cada año y en los funerales. Mi abuela, aunque muy creyente y devota de la Virgen, tampoco se prodigaba en las misas, más bien hacía como mi abuelo. Ese dÍa del Carmen habían tocado ya a la Tercera y mis abuelos vestidos para la ocasión, empaquetados, andaban enzarzados en refunfuñeos mientras buscaban y rebuscaban por toda la casa, la cual ya habían puesto medio patas arriba, y también el almacén. Andaban buscando la cachimba, que según mi abuelo no le aparecía por ningún lado, y él sin su inseparable pipa no salía de la casa y menos cuando sabia a ciencia cierta que el sermón iba a ser largo. Total que, ya la misa iba por la mitad, y ellos cada vez más emperreteados con la cachimba, hasta que que mi abuela ya decidida en abandonar la búsqueda, se le ocurrió levantar la cabeza para mejor amarrarse el pañuelo, y exclamó,-" ¡¡ Belay. La cachimba la tienes en la boca, estas abobao!!. Y esto ya no son horas de misa. ¡¡Quítate la ropa que voy a sacar el puchero!!". Mi abuelo llenó la cachimba de tabaco, cruzó las manos atrás e hizo ademán de salir para la iglesia, a lo cual mi abuela de nuevo gritó.-¡¡ Esto ya no son horas de misa, ya se habrá terminado!!.- Y mi abuelo le contestó -"Y jode carajo".-
^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^